miércoles, marzo 02, 2005

-.Me hice inmortal por un beso.-


Aun recuerdo su silueta moviéndose lentamente entre la densa bruma de mis sueños, a ratos amanecía de noche o tal vez era que anochecía de día, eran como destellos de una luz filtrada en poros de nubes negras. Ahora entiendo que debieron ser señales que me advertían acerca de un futuro a minutos próximos, señales que no entendí por el encanto de su caminar, por estar embelezado con su cabello tejido de belleza y su sonrisa de cuentos de princesas, jamás me percate de mis acciones, simplemente me deje llevar, al compás de las gotas de tiempo que ya caían sobre mi atmósfera.

A nuestro alrededor había paisajes de montañas lejanas con collares de nubes, había también un castillo de ilusiones azules decorado con fantasías de tardes de invierno y un lago de reflejos prisioneros dormido sobre su fondo de espejos hambrientos.

Caminé hacia ella cargando gustoso la decisión de atrapar una musa para poder darle sentido a mis líneas escasas de inspiración, necesitaba de su recuerdo guardado en la punta de un lápiz eterno, de mirar sus ojos muy cerquita de mi aliento, de sus manos arañándome la espalda en noches de lluvia.

Hermosa, me miro, no hubo montañas lejanas, castillos de ilusiones o lagos de reflejos cuando por fin la tuve frente a mí, no hubo escenario perfecto para nosotros, no hubo. Hubo gotas de tiempo danzando en parejas improvisadas, hubo creaciones de universos amontonados en sentimientos que yo no conocía, hubo suspiros ahogados en silencios.

Tomó mis manos en las suyas con ternura, acaricio mi cara y me besó, con los ojos cerrados se me revelo en el pensamiento un antojo de nunca olvidar, un deseo de atardeceres perpetuos. Pude sentir centurias de viento suave estrellándose en mi cuerpo como trasmitiéndome sus sabios recorridos desde las banderas de países lejanos hasta los columpios de aquellos parques de enamorados clandestinos, pude sentir herencias de deseos perdidos de luna en luna y reacciones a acciones de hojas caídas en otoños añejos.

Ése beso, desatador de estampidas de calma, no duró en tiempo sino en latidos de corazones de dulce esperanza, ése beso, con labios de almas encantadas, no figura en las letras de poetas solitarios, ése beso, conjugador de verbos en promesas de palabras, armonizo las letras que ahora escribo.

Me hice inmortal al besar, justo en los labios, aquella hermosa ilusión que me visitó de madrugada. Ahora sé que no moriré jamás, mientras su recuerdo repose dulcemente sobre la punta de mi pluma, mientras haya alguien a quien le lata el corazón y le brillen los ojos al leerme, mientras existan noches de luna en espera de que vuelva a soñar con ella.

Luis Gonzalo Hernandez Zamora